InSight Crime. La región de la Moskitia, en la frontera entre Honduras y Nicaragua, es una de las últimas grandes zonas selváticas de Centroamérica, un paraíso de ecosistemas prístinos y biodiversidad. Pero hoy, la selva de la Moskitia se está muriendo. Y es el crimen organizado quien la está matando.
Primero llegaron las drogas, cuando los traficantes convirtieron las costas y los bosques de la región en un corredor de cocaína. Luego vinieron los propios traficantes, que financian a invasores que talan miles de hectáreas de bosque y cercan vastas extensiones de terreno con alambre de púas y guardias armados.
La población indígena Miskita de la región ha quedado atrapada en una pobreza extrema, entre los traficantes y un Estado indiferente. Pero algunos se están preparando para contraatacar.
Cuando la cocaína llega al paraíso
Marzo 2023. Final de la tarde. Puerto Lempira, Honduras.
Frente a la laguna de Tansin, los indígenas Miskitos, Moreno y Brutus, destapan cada uno una lata de cerveza mientras el agua se balancea suave frente a nosotros. Brutus, un joven flaco, se pone de pie y cuenta cómo salió vivo de una aventura. Cuenta que, hace apenas una semana, encontró un tesoro en alta mar y logró escapar de un grupo de piratas que querían quitárselo. Mira hacia el horizonte y recuerda que, tras el escape, tuvo la noche de parranda más memorable de su vida.
Conocimos a Brutus a través de Moreno, un ex empleado de un cartel local quien pasó buena parte de su adolescencia sacando paquetes de cocaína de avionetas para meterlos a lanchas y viceversa. Varias fuentes nos habían hablado de un paquete de droga que apareció hace una semana en alta mar y fue encontrado por pescadores Miskitos. Y luego Moreno nos habló de Brutus, un amigo suyo que iba en ese barco. Nos dijo que su amigo no sale de casa y que está deprimido, pero que si comprábamos unas cervezas y algo de comer quizá se animaba a contar lo que vivió.
Esta mañana Moreno dijo que la mafia, así, en genérico, tiene orejas por todos lados. Así que debíamos ir a un lugar solitario, lejos de los ojos de aquellas orejas. Entonces llegamos a una pequeña playa privada frente a la mansión ahora abandonada que el narcotraficante hondureño, Arnulfo Fagot Máximo, construía antes de ser capturado y extraditado a Estados Unidos. Y antes de ser declarado culpable de conspiración para distribuir cocaína y sentenciado a 33 años de cárcel en 2019.
En el camino recogimos a Brutus y fuimos a la mansión para que nos hable sobre aquello que encontró en el mar. Nos lo cuenta en una mezcla de español y miskito, su lengua materna. “Lo vimos flotando a lo lejos y uno de los pescadores del barco se tiró a recogerlo. Otro hasta se puso a llorar – ‘Hoy sí, le pegamos al gordo’ – decían. Esa noche ya no pescamos, amanecimos chupando. Contentos. Porque eran 29 kilos”, cuenta Brutus.
El mar les había regalado a los tripulantes de ese barco pesquero un tesoro: 29 kilos de cocaína pura, que les significaría unos US$110.000, por su venta en aquel momento en la Moskitia. Brutus y los demás marinos no lo sabían aún, pero el mar tiene sus condiciones a la hora de dar.
El capitán del barco les dijo que a él le correspondían 25 kilos, entre otras cosas porque el barco era suyo, así que llamó a otro capitán quien se llevó la mayor parte del tesoro, dejando a Brutus y los demás marinos tristes por haber tenido aquel tesoro en sus manos y haberlo perdido. Pero ese barco nunca llegó a su destino. Hombres uniformados les asaltaron en alta mar y se llevaron la cocaína.
El capitán avaro se quedó sin nada, y a los 12 marinos les quedaron cuatro kilos, equivalentes a unos US$16.000. Si podían venderlo todo, el reparto equivaldría a 1.333 para cada uno. Pero el mar tenía sus propios planes para el destino de aquella droga.
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