Por Martha Alegría Reichmann
Roma, 23 de noviembre, 2022
Ha causado estupor e indignación en los hondureños, una entrevista hecha al cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga donde dice lo siguiente:
«Me hubiera gustado hacer más por Honduras, pero hice lo que Dios me indicó».
Lo que no aclaró es a qué dios se refiere. Suponemos que es al dios de las tinieblas. A Lucifer. Porque el Dios de los cielos no le pudo haber indicado que trate de robarse la universidad ni de cometer toda clase de pecados que van en contra de sus enseñanzas.
Vamos por partes: Dijo el cardenal que uno de sus mayores logros ha sido la Universidad Católica».
Para quien no esté enterado; en 1992 un grupo de líderes religiosos con la idea de fundar una universidad, constituyeron una fundación de nombre EDUCA, ellos eran: Jorge Alberto Palma, Jaime Villatoro, José Roberto Moncada, Jorge Elias Flefil, Elio David Alvarenga, Edgar Handal Facuse y el padre Lucas McGraft.
En 1993, Rodríguez Maradiaga se convierte en arzobispo de Tegucigalpa y junto con Elio Alvarenga traman quedarse ellos con EDUCA. Hicieron una de esas «leguleyadas» en la cual sacaron a todos los fundadores y dejaron solamente al señor Edgar Handal.
Aunque ellos tratan de tergiversar los hechos. Así fue como nació la Universidad Católica nuestra señora de la Paz. Primero se la robaron a EDUCA para ponerla a nombre de la Arquidiócesis y ahora se la quisieron robar a la Arquidiócesis para ponerla a nombre propio. No conformes con robarse los huevos de oro de la gallina, se quisieron robar la gallina entera pero el Vaticano los pilló.
Nunca la universidad ha presentado informes financieros a la Arquidiócesis, la han manejado a su propia conveniencia, tanto es así, que destituyeron al funcionario que manejaba las finanzas que era intachable, para sustituirlo por un hermano natural del cardenal. Actitud muy sospechosa que se presta para esconder datos sucios.
Un día ví una noticia en un periódico hondureño con tres fotografías a colores donde unos tractores estaban desmantelando unas canchas y unas construcciones en el campus de la universidad católica en Siguatepeque. Esto se hizo con una orden judicial porque le habían robado el terreno al vecino. Un caso parecido ocurrió en la zona de «Las Casitas».
Dice que «le tocó liderar luchas mundiales contra la pobreza y defensa de los derechos humanos». Pero en Honduras se robó junto con su obispo, más de 30 millones de lempiras destinados a los pobres, y a varios sacerdotes los privó de sus derechos humanos sometiéndolos a situaciones penosas, injustas y hasta inhumanas. Seguramente eso Dios no se lo ordenó. Sé lo ordenó satanás.
Es bien conocida la noticia de que este cardenal ha sido investigado y encontrado culpable, varias veces por el Vaticano. Esto es gravísimo. Pero siempre hay medios y personas que se prestan para publicar basura, tratando de revivir un cadáver. Esta clase de periodismo contribuye a hundir cada vez más al país porque aplastan los valores ensalzando a los pillos. Dan ganas de vomitar al leer esa entrevista porque no es con la mentira y el engaño que se construye, si no con la verdad.
Este cardenal es idéntico al ex-presidente Hernández que a fuerza intentó hacer creer que fue grande, justo y honrado, trató de hacernos creer sus mentiras cuando toda la evidencia estaba a la orden del día.
El pueblo no es tonto y sabe ponerle etiqueta a cada cosa y a esta clase de medios los llaman «tarifados».
Valiosos son los periodistas de una sola pieza, con valores bien definidos y las ideas claras, como don José Lagos a quien el régimen insistió en comprar ofreciéndole muchísimos millones de lempiras para tener de su parte a «El Libertador» o don David Romero Ellner quien dió hasta su vida, pero jamás se rajó ante la verdad. Periodistas de esa talla son los que necesita Honduras para poder salir a flote. Periodistas que llamen a las cosas por su nombre y no publiquen medias tintas ocultando todo el mal que se ha hecho. La omisión es pecado.
Cuando era niña presencié en mi pueblo algo que jamás pude olvidar: Estaba en casa de mis abuelos cuando se escuchó ruido de tambores. Salimos llenos de curiosidad y vimos a un hombre sin camisa cargando sobre sus hombros varias parejas de gallinas. Iba escoltado por dos soldados más los dos que tocaban los tambores. Así paseaban por las calles a los ladrones para que la gente los conociera y no se fiaran de ellos. Ahora es distinto, las gallinas ya no son de aquellas gallinas. Y los ladrones ya no son de aquellos ladrones. Ahora son ladrones de cuello blanco que tienen mucho dinero para pagar a quien esté dispuesto a callar los tambores. Para que no se haga ruido.
¡Qué vergüenza!
Me pregunto si es que el cardenal no tiene buenos amigos que lo puedan aconsejar, porque entre más exhibe su cinismo, más repudio genera y eso va contra la iglesia.
También da la impresión de que al cardenal lo están usando como payaso, solo que en vez de hacer reír, lo que dan ganas es de llorar. Las vestiduras le quedaron demasiado grandes y al entrevistador solo le faltó cubrir de harina su rostro como a Pavarotti en la ópera «Pobre Payaso».
Da verdadera pena ver al cardenal terminar tan desacreditado, pero nadie lo obligó. Fue su propia elección y es su propia responsabilidad.
Estoy segura que si San Juan Pablo II hubiera sabido quien era en verdad aquel obispo. Jamás hubiera permitido elevarlo al cardenalato, ni a mi esposo proponerlo como tal, porque al final, ha superado nada más y nada menos que al celebre Alí Babá con sus cuarenta ladrones.