TEGUCIGALPA, HONDURAS.
A cinco meses y veinticuatro días de las elecciones generales, la directora del Consejo Nacional Anticorrupción (CNA), Gabriela Castellanos, encendió las alarmas sobre el panorama político e institucional del país, cuestionando la falta de transparencia en el proceso electoral y la preocupante debilidad de la oposición en el Congreso Nacional.
“Sí considero que habrá elecciones”, dijo Castellanos, “pero la pregunta es: ¿cómo van a estar esas elecciones?, ¿qué tan transparentes serán?”.
En un contexto donde la desconfianza ciudadana en las instituciones va en aumento, sus palabras no caen en saco roto: son una advertencia directa sobre los riesgos de una contienda electoral marcada por la opacidad, la desinformación y la captura partidaria.
Castellanos también fue enfática en señalar que el compromiso con elecciones limpias debe empezar desde el propio Consejo Nacional Electoral (CNE), pero no termina ahí.
“También de la ciudadanía y más allá de los partidos políticos”, remarcó, sugiriendo que la sociedad civil tendrá que jugar un rol vigilante ante lo que podría convertirse en un nuevo episodio de crisis democrática.
Más allá del proceso electoral, la directora del CNA apuntó hacia un problema estructural que profundiza la fragilidad institucional: la falta de oposición real en el Congreso Nacional. Según Castellanos, quienes solían ejercer una voz crítica —los partidos minoritarios no inscritos— ya no están presentes. “No vemos bancadas fuertes que realmente estén viendo los intereses del pueblo”, lamentó.
Sus declaraciones reflejan un diagnóstico severo pero certero: la democracia hondureña está en cuidados intensivos. Entre componendas políticas, silencios convenientes y estructuras partidarias que funcionan más como clubes de intereses que como vehículos de representación, la ciudadanía queda una vez más relegada a la periferia del poder.
El CNA ha anunciado que pronto revelará nuevas investigaciones y preocupaciones relacionadas al proceso electoral.
Mientras tanto, la advertencia queda sobre la mesa: sin vigilancia social activa, sin instituciones creíbles y sin una oposición parlamentaria efectiva, las elecciones podrían celebrarse, sí, pero en un terreno cada vez más erosionado por la desconfianza y la manipulación.
La pregunta ya no es solo si habrá elecciones, sino qué tipo de país saldrá de ellas.